domingo, 21 de septiembre de 2008

Estreno: "Vicky Cristina Barcelona" (Woody Allen, 2008)

Tras el relativo fracaso de su anterior "El sueño de Cassandra" los agoreros de turno ya ponosticaban por enésima vez el declive del creador neoyorkino, quien parece necesitar de cuando en cuando una película menor (o dos) para poder remontar el vuelo. Ya ocurrió en otras ocasiones (obras maestras como "Hannah y sus hermanas", "Delitos y faltas", "Maridos y mujeres" o "Match point" venían precedidas de películas menos interesantes del director), y algo similar ha ocurrido en esta ocasión.

No es esta estupenda "Vicky Cristina Barcelona" una de las (contadas) obras maestras de Woody Allen, pero sería injusto calificarla de filme menor en su carrera. Todos los temas que tan bien sabe manejar el director están aquí presentes (el amor, el Arte, las relaciones de pareja, el proceso creativo...) y desarrollados con la misma solvencia de siempre, la dirección de actores vuelve a ser soberbia, y los diálogos son especialmente ágiles.

Tal vez su mayor problema sea la perspectiva ya que, como espectadores españoles, los inevitables tópicos sobre el país tanto en el ámbito musical ("Granada" de Isaac Albéniz y "Entre dos aguas" de Paco de Lucía suenan recurrentemente a lo largo de toda la cinta) como en los demás aspectos "typical spanish" (el "latin lover" encarnado por Bardem, el poco creíble personaje del padre de este o la arquetípica mujer mediterránea interpretada por Penélope Cruz) pueden llegar a rechinar ligeramente sobre todo durante la primera mitad de la película.

Pero es precisamente este alejamiento de las ataduras morales y estilísticas de su país de origen el verdadero descubrimiento de "Vicky Cristina Barcelona": Woody Allen juega a acercarse a Almodóvar, Bigas Luna o Ventura Pons, y sin perder un ápice de su personalidad consigue una perfecta conjunción del estilo neoyorkino con el atrevimiento mediterráneo haciendo gala de una libertad creativa pocas veces vista en el realizador.

Woody Allen sigue siendo un turista de lujo, un voyeur privilegiado que dá rienda suelta a sus fantasías, miedos y obsesiones a través de sus protagonistas y nos deja conocerle un poco mejor con cada película que nos regala. Sus intereses permanecen centrados en una alta burgesía, dá igual que sea londinense, neoyorkina o catalana, cuyas inquietudes pasan por el arte, la gastronomía, la arquitectura, la música, una eterna búsqueda de la belleza que también aparece reflejada en la permanente insatisfacción que soportan sus protagonistas, siempre a la deriva buscando esa belleza ideal que puede aparecer en forma de una pintura expresiva, una canción emotiva, una sugerente fotografía o una noche inolvidable.

Como en casi todas sus películas, las actrices se llevan la película de calle. En esta ocasión son dos de ellas, Penélope Cruz y Rebecca Hall, quienes se adueñan de la función pasando por encima de unos correctos Javier Bardem y Scarlett Johansson y que junto a la hermosísimamente retratada Barcelona (cortesía de nuestro Javier Aguirresarobe), constituyen el verdadero trío protagonista de la cinta.

El guión, como no podía ser de otra forma, es una pequeña joya en la que con la excusa de la visita de unas turistas norteamericanas a Barcelona y valiéndose de certeros e inteligentes diálogos Woody Allen diserta sobre las diferencias culturales entre Estados Unidos y Europa, reflexiona sobre la naturaleza y la validez de las relaciones amorosas al uso, enfrenta la practicidad de la estabilidad sentimental contra la idealización del amor imposible y sobre todo ensalza el valor del disfrute del instante presente y el aprovechamiento de lo que la vida nos ofrece en cada momento, representado esto último en ese crisol de sensaciones, vivencias y estímulos que es Barcelona.

A Woody Allen parece que la distancia con su querida Mahattan no le sienta tan mal. Nunca antes se nos mostró con tal libertad creativa y audacia en sus planteamientos como en esta aventura española, y si bien la película no sea tan redonda como nos tiene acostumbrados bien merece la pena su visionado, aunque sólo sea por disfrutar de un director en plena madurez creativa pero que rebosa juventud en sus ideas y que hace gala de una lucidez, una inteligencia y una exquisitez poco habituales en el cine de hoy.



Nota: 7,5

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